La casa de las sombras by Adam Nevill

La casa de las sombras by Adam Nevill

autor:Adam Nevill [Nevill, Adam]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 2013-11-15T00:00:00+00:00


LOS MENDIGOS CIEGOS DE BETHNAL GREEN

LOS NIÑOS DEL BOSQUE

FAUSTO

EL NACIMIENTO DEL ARLEQUÍN

EL DIABLILLO DE LA BOTELLA

Cuando la primera gota fría de lluvia aterrizó en su frente, Catherine emprendió el viaje de regreso a la Casa Roja. Pero cuando llegó al número 3 del callejón vio que la puerta estaba abierta y oyó una voz que salía de su interior. Era la voz de una persona anciana, debilitada por la edad, pero todavía conservaba el marcado acento local.

—¿La ha visto? ¿Eh? ¿Eh? Perdone. ¡Perdone! ¿La ha visto?

Catherine se detuvo, aunque habría preferido continuar caminando, porque aquella voz no presagiaba la clase de interacción que buscaba o, a esas alturas, ya ansiaba. Por un momento, todavía aturdida y recuperándose del susto que le había dado la voz, estuvo segura de que le había preguntado si era una pecadora. Pero entonces se dio cuenta de que la persona que le hablaba, y que no veía, quería saber si había visto a alguien.

Catherine se acercó a la puerta, entornada y lista para cerrarse en cualquier momento.

—¿Perdón? ¿Me ha hablado a mí?

—Va a despertarlos. Va a despertarlos. Aún es demasiado pronto.

—¿Perdón?

Por el oscuro espacio que quedaba entre la puerta y el marco, Catherine oyó un débil sonido de pasos que retrocedían, seguido por unos arañazos en la cara interior de la puerta de madera, como si la figura se hubiera escondido detrás de ella, temerosa de Catherine. Sin embargo, el débil chillido que oyó le hizo sospechar que la persona a la que no veía también estaba entusiasmada y eso le parecía peor que si solo estuviera asustada.

—¿Está…? ¿Necesita ayuda? —preguntó Catherine sin acercarse demasiado. Iba a añadir «señora», pero no estaba segura del sexo de la persona con la que hablaba. Debía de ser la misma con la manos enguantadas que había visto por la ventana de la sala de estar. Por lo tanto, ¿era una mujer?

Un olor a humedad, a tela mohosa, emanó por la puerta y se propagó por el estrecho callejón. El interior de la casa era húmedo y estaba a oscuras. ¿Cómo era posible que su interlocutora viera algo?

—¿Ha estado en la casa? ¿La ha visto, a la que ha subido a la casa?

—¿A quién? Lo siento, pero no estoy segura de qué es lo que pregunta.

—Aún tienen que pasar más cosas, ¿no cree? Todavía no es el momento para nuestra dama.

La comunicación con el único habitante que había encontrado era igual de infructuosa que su recorrido por el deprimente pueblo. Sin embargo, advertía una seguridad y un entusiasmo en la voz que le impidieron marcharse. Catherine tenía la impresión de que aquella persona estaba absolutamente convencida de que ella estaba al tanto de los hechos sobre los que quería basar la conversación. El único problema era que Catherine no tenía ni idea de esos hechos. No obstante, habría sido de mala educación dejar a su interlocutora con la palabra en la boca.

—Lo siento. No entiendo lo que dice. Creo que no puedo ayudarla.

—Venga, venga. Coja esto. Entre en esa tienda de allí y tráiganos un cuarto de kilo.



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